Me gusta pensar
en ésas viejas fotos. Creo que por eso, las canciones que hablan de ello, son
las que más me emocionan. Me gusta ver cómo se dan los cambios. Se me da por
pensar, ahora que estoy un poco a la ligera que llegué hace un ratito de un
vuelo insufrible, que el mejor ejercicio que uno puede hacer es el de
conocerse. Y, creo –de esto no me acuerdo al 100%-, que una de las sentencias
filosóficas de la antigüedad era –precisamente-: “conócete a ti mismo”.
Hoy fue un gran
día. Un día sumido en la más absoluta soledad. Un poco como todos los días que
paso en éste desierto, Dubái. La gente
me habló un poco me dijo cosas como: “Amadeus, ¿pero no podés aguantar un poco
más, hacer algo de plata?”. Cosa que, evidentemente, no puedo porque mi
monedero sigue estando en cero. O… así me gusta creer. Pero, más allá de eso,
no se dan cuenta, siento, que la soledad se debe a que en éste lugar, el mundo
gira en otro sentido, la gente piensa en otras cosas, la vida se desenvuelve de
diferente manera y los gustos son completamente distintos.
Hoy es el día
número mil de mis días en completa soledad. Me levanto, toco un poco de
guitarra, compongo alguna cosa, trato de leer. Leo lo que puedo leer, me
conecto con los que me puedo conectar, me siento a tocar un poco más de
guitarra. Cierro las cortinas porque no me gusta ver que pasa el día. Me gusta
saber que, si tengo sueño, me voy a ir a dormir porque total, cuando me
despierte, voy a hacer un poco lo mismo que hice ayer, que hice hoy y que haré
mañana.
Tampoco es que
estoy sumido en una inmensa depresión. No, afirmar aquello, sería desatinado.
No. Estoy inmerso en una tremenda soledad, lo cual es diferente. Un poco lo
busqué, un poco lo esperaba, un poco lo necesitaba.
Pero, con ello
pues, uno de mis ejercicios como bien decía yo mientras Sabina raspa con la
voz, es el de mirar fotos viejas que muestren, de alguna forma, el paso del
tiempo. El tiempo, esa copia inmóvil de la eternidad, dijo Pascal. Y las vi. Vi muchas y de muchos. Me gusta
pensar en las sensaciones que tenía en aquel entonces y qué sensaciones tengo
ahora. Me gusta creer que pienso diferente.
Tengo un largo
viaje desde que salgo de HQ hasta que llego a mi depto. Son unos 40 minutos de
trayecto en donde yo reposo y repaso todos los momentos que tiene una vida.
Algunos son muy lindos, otros son muy tristes. Me acuerdo de quien me dijo “estás
viviendo de ensoñaciones” y recuerdo también que hoy por hoy, los amigos se
cuentan con la mano izquierda.
Caer en la cuenta
de que uno está en la más inmensa soledad, es triste. Pero no triste porque es
un final cantado del destino irreparable del hombre neurótico como quizás lo
soy yo. No. Es triste porque todos aquellos en los que ciegamente uno pone el
alma, le hacen la vista a un lado. Y, ni siquiera se toman el trabajo de
fallarle a uno.
Siempre rehusé de
la banal idea de creer que las cosas las tiene que hacer uno, por su cuenta y
para su gusto. Pero hoy, siendo un poco más viejo… o … mejor dicho, estando un
poco más solo… vengo a afirmar un poco lo mismo.
¿En dónde
quedaron mis años? ¿En dónde quedaron mis vergüenzas? Llámenme cínico o
dramático… Pero hoy siento que mi espíritu no tiene mucho más margen. Siento que mi devoción se debe a una sola cosa
y, tan sólo ella, es el artífice de todos mis sentidos: Es a la música
preciosa, amor complicado que hoy tomo por propio.
Cuando uno se
entrega a la Música, uno tiene que creer que se entrega al criterio postrero de
la nada misma. La música es cruel, es altiva, es virtuosa. La música es
técnica, es amor y es paciencia. Es el mayor de los bienes y es la más grande
devolución… Y sin embargo, yo tan poco hombre, tan poco virtuoso, tan poco
músico, tan poco talentoso, tan poco paciente, con tan poco amor, con tan poca
técnica… ¡Ay música, la más cruel de todas las señoras!
Cuando decidí
tomar un poco el rumbo que hoy tomé, lo hice a sabiendas de que era un tipo
tremendamente limitado y ahora, ya no me caben dudas al respecto. Reconozco mis
grandísimas limitaciones en lo que es la virtud de la música, el don de las
gentes y la inteligencia práctica. Si admito una cosa y es que las palabras, a
Dios gracias, a veces salen como disparadas de mis dedos. Pero es un derecho
más que una virtud. Es un sistema que logré vencer porque en el Principio era
el Verbo. Porque en el principio, sólo estaba la palabra.
¡Cómo me gustaría
poder ser un poco mejor de lo que soy y dejar de ser tan limitado! ¡Cómo me
gustaría creer un poco más en todas esas personas que tanto me han fallado, que
tanto mal me han hecho y que tanto mal les queda por hacerme! Cómo me gustaría
ser un poco más nada y vivir un poco más de todo.
Éste tipo de
vida, el que llevo, de quizás ir viajando de lugar en lugar cada una porción de
años, me enseñó una sola cosa: nadie va a estar ahí, porque nadie tiene que
estar ahí. Es sólo la idea de creer que uno está con alguien.
Mi destino, sí es
que podemos afirmar tal cosa, es el de los más oscuros abismos y las más
cínicas de las tristezas. La soledad del que sabe que nunca quiso entregar
nada. Del que nunca tuvo nada y del que nada saber hacer. Porque eso soy yo, un
don bueno para nada.
A mí no me
desagrada el epíteto. Es más, hasta tiene nombre y apellido. Me hice llamar
Amadeus, para cargar con mi propio nombre la responsabilidad de no ser un
apellido. Algunos creyeron encontrar en Fausto alguna luz, yo encontré puras
amarguras.
Se me fueron los
buenos ratos, se me fueron los buenos momentos. Se me fueron los amigos de la
infancia y la familia que tanto me cuidaba. Se me fueron las esperanzas de
sentir que el mundo va a ponerse mejor y
que todavía es bueno creer en la gente. Se me fueron las esperanzas de aquel,
único sueño de mi vida, ser padre. Se borraron los besos de un amor que tenía
rulos, de uno que era rubia y de una que tenía tatuajes. Se desvanecieron las
ideas creídas de que los chocolates son amigos y a uno lo cuidan por siempre,
porque se esfumó toda idea concebida de normalidad y pluralidad.
Sólo quedan, a
Dios gracias, los recuerdos de unos muy buenos amigos. Compañeros inseparables
con lo que justamente, hace muy poquito hablaba y disfrutaba con ellos, algunas
copas. Los compañeros con los que luché y aún lucho por una única y misma
causa: La música.
Escribí una
canción hace tres días. Una gran canción según mi criterio. Mis canciones me
ayudan. Son lo único que me separa de saltar por un piso 15 al pavimento muerto
de una calle en el medio del desierto. La música, el aire de libertad, la
esperanza del Amor. Sólo quedan hoy, y para la vida póstuma, entregadas
completamente al más lindo de todos los artes. Al que me ha dado tantos
dolores. A la que tan poco le importo, porque tan poca cosa soy yo, en
comparación de todos aquellos genios que la han descubierto, descifrado y hasta
le han hecho el amor… Música, pilar de mi vida, amor de mis amores, principio y
fin de mi patética y despreocupada vida. Música…
A vos, Arte de
las Artes, a vos… Mi único y verdadero amor… te dejo mi vida, te dejo mis
manos, te dejo mi alma, te dejo mi cuerpo, te dejo mis esperanzas, te dejo mis
letras, te dejo mis recuerdos, te dejo mis momentos, te dejo mi presente, mi
pasado y mi futuro… a vos, mi querida y única amante… te dejo la eternidad.
Tu fiel servidor,
Amadeus,
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