martes, 29 de julio de 2014

Carta a vos.





Me propongo escribir, o tal vez escribirte, así. Sin mentiras. Sin triunfos, sin palabras dulces, ni consuelos de sábado por la noche. Te escribo por acá, porque de otra forma no podría hacerlo.  Te escribo, porque ya no me acuerdo cuándo fue la última vez que escribí algo. No creo que esto valga la pena ser leído. Tampoco creo que lo leas. Pero que al menos, quede como evidencia que te escribí.
Además, sé que sabes que ya lo sé. Sí, bueno, noticias de ése tipo son difíciles de ocultar incluso para aquel que no quiere enterarse.

Ya no sé escribir en español. A veces, pienso en inglés, a veces, en italiano. Suena la música y un montón de palabras vienen. No me puedo concentrar. ¡Uf, si supieras los problemas que tengo para concentrarme! ¿Cuándo fue la última vez que estuve concentrado en algo? Ya no me acuerdo.

Hoy, por suerte, estoy recibido de “Inútil bueno para nada” y con “Honoris Causa”. Te agradezco el apoyo porque, en parte, es gracias a vos que llegué a ser tan poco. Pero ojo, lejos estoy de echar culpas. Ya no es mi estilo. Esto, lo armé yo solito.

¿Qué son las palabras sino un montón de nada? ¿Poesías? No, no quiero escribir eso. Cartas, ya ni me acuerdo como arrancaban. Quedan los e-mails, pero de esos me desligué  hace tiempo. Me despierto, veo mi casilla de e-mail a la espera de alguna cosa que me dé algo de sentido o un atisbo de esperanzas. ¿Quién soy yo? Nadie. ¿Qué se puede esperar de nadie? Nada.

Me puse aquel  “soundtrack” que habla tanto vos, ése, el italiano. El que tiene la mandolina. ¡Si la vieras a Beatriz, pobrecita, ahí recostada! Me vienen tantas palabras, tanto dolor ahí adentro, tanto orgullo.  Me vienen como cosquillas, que bordean la bronca, la ira, lo imposible, las ganas, las sensaciones, las miles de palabras que nos dijimos, los momentos olvidados, los que no se pueden olvidar, las comas y sus respectivos puntos seguidos, los puntos y aparte, las decisiones bien tomadas, las malas, las actitudes ridículas, los acentos foráneos, la miscelánea idea de que las cosas pasan, los días de invierno en el verano eterno… todo. Me viene todo. Y en el estómago, todavía está el nudo que aprieta y no me deja llorar. ¿Por qué no puedo llorar?

Algunas veces, me ocurre que estoy hablando de mis guitarras y, acto seguido, un montón de lágrimas me vienen. Lo mismo cuando menciono a la música. De vos, ya no hablo más. Tuve un tiempo, hasta hace relativamente poco, donde no hacía otra cosa más que pensarte y hablarte. Tenía tus fotos, al lado de la Ilíada, me servían para empezar bien el día. Me daban esperanzas. Hoy trato de no hacerlo, me digo: “Amadeus, más vale te olvidés, porque ya te olvidaron a vos”. Y escondí las fotos adentro de un libro que no puedo recordar.   Ya no tengo los amigos, los emails, los días contados, las horas eternas, el calor del verano, el agua de la pileta (o piscina como dirías vos), no me quedan más “tu”, ni me sobran palabras de amor.  Ya no siento nada por nada, ni por nadie. Se me fueron los dedos, los dolores, los sueños, el insomnio, las ganas de estudiar mandolina, la flauta china, los vuelos interminables, los que terminaban rápido, las horas de rock, las tardes de Blues, el fernet, la buona cucina, ti manchi un sacco, etc. (Perdón, me interrumpieron, pero no te preocupes, la música no terminó aún).

Hay que buscar la definición y lo leo a Plotino que habla tan altanero sobre lo que es el Deber y lo que es el Camino de la Virtud. La leyenda dice que un día Plotino encontró a su discípulo y copista, muy deprimido y al borde del suicidio; conmovido, Plotino, le dictó el Tratado 1.9, en donde aclara que sólo aquel que se dedique a mejorar en virtud, gozará mínimamente, de la felicidad. Yo no sirvo para nada y me cuesta creer que alguna vez serví en algo. Soy bi-polar, inconstante, hostil, impaciente, carezco de método, soy altanero, a veces peco de megalómano, no hablo muy bien, me cuesta pensar, me doy a los vicios (ya no tanto como antes) y hoy en día, creo que me convertí en un insensible puro. Ya no me acuerdo lo que era reír a carcajadas o disfrutar de una borrachera. No me acuerdo el placer que me producía tocar Blues o lo que me hacía tomar Whisky. No me acuerdo lo que es el amor en pareja, porque hace más de un año que dejé a mi pareja allá, en otras tierras… y desde entonces, aquí me ves, yendo de un lado para el otro. Pero a vos no te importa nada de eso. Ya sabés más de la mitad de mi historia.

Vos viste muchas cosas en mí, las buenas y las malas. Nunca me viste a mí. Sentado, desesperado, con la guitarra pensando qué decir para hacerte feliz, qué hacer para verte reír, qué cocinarte para enamorarte. No entendías esas cosas… o tal vez sí. Nunca salíamos de mi cuarto, nunca íbamos a ningún lado. Nunca estuve tranquilo. Nunca me sentí cómodo. Siempre yo, con mi complejo de tan poca cosa y la Mandolina, la Mandolina ahí, tirada en mi cuarto. Da pena.

¿Qué importa si me enteré o no? Creo que querías que me enterara, y te felicito por no haberlo hecho antes. ¿Responderte? ¿Algo? No, si ya no podía pensar del dolor que me causaba el estar tan lejos. “No se puede comer del amor” me dijiste una vez. Tenías razón.

Estoy convencido, hoy, que en mi vida hice todo mal. Nunca estudié nada. Nunca busqué nada de nadie. Nunca me sentí completamente satisfecho con nada de lo que me ofrecieron y/o conseguí. Siempre, buscando, desconfiado, ansioso y a la espera de ésa casualidad que me llevara a lo inefable: al Nirvana. Al éxtasis mismo que produce la música. ¡Qué tonto que fui! Si yo no sirvo para nada y menos para eso.

Tenías razón cuando me decías que no podía depender enteramente de vos (¿Te das cuenta lo patético de ésta carta?). Nunca debí de haber bajado esa noche, después de la Navidad, anunciándote que ya me iba. Nunca. Aunque merecías ser recompensada por los daños y prejuicios. ¿Tan destructivo puedo ser? Aparentemente sí. Hoy no siento nada. No me duele el hambre, no siento el frío, no me enojo, no me emociono, no me río… sólo y en contadas ocasiones, lloro pero nada más cuando de hablo de la guitarra. No extraño mi vida vieja, no reniego de la nueva, no me interesa levantarme a las mañana o por las tardes. No me inquieta  doblar o seguir derecho. Camino si tengo tiempo, fumo sin tengo tabaco.  A veces juego al ajedrez solo, mientras escucho algún disco de Blues de la década del 30 o 40. Y pienso lo lejos que nací, lo inservible de mis actos, lo innecesario de todo esto. Pienso que Dios se confundió conmigo. Consulto, leo, veo y duermo.

Ya es lo mismo un día, que una semana, dos días a diez horas. A veces,  la gente me viene a hablar( porque hoy en día no hacemos más que hablar de nosotros y hablar de nosotros con otros) yo me aburro y me quedo callado. Lo hago apropósito, porque ya no me interesa hablar tanto y menos, hablar por hablar. Espero. Espero a que ellos me hablen y si no me hablan, entonces, tomo mi guitarra y me pongo a tocar o si no la tengo conmigo, invento alguna excusa y me voy. O me siento en una plaza y si hace un poco de fresco, me gusta recostarme en algún banco y dormir. Algunas veces, es sólo por unos minutos. Pero me gusta esa cosa que siento ni bien me despierto de la siesta en dónde no sé bien quién soy, dónde estoy, etc.

Pero a vos ya no te importa nada de estas cosas. Se me da por pensar, porque así somos los obsesivos compulsivos, que te alegra verme así. Que subís fotos para que yo las vea o me entere. Me gusta sentir que todavía esperas un e-mail mío, aunque sé que ya no los esperas para nada. No creo que hayas sido el Amor de Mi Vida, pero si mi Gran Amor. Yo hubiera dejado el cielo, la luna, las estrellas, las guitarras, el trabajo pesado, las flores en la primavera, los amigos, la familia, los días azules y naranjas, las hojas del otoño en Buenos Aires, los besos dulces de miles de diferentes nacionalidades, las postales, las obras de teatro, el Blues, las canciones en español, las mandolinas y las canciones italianas, Roma, todo, todo lo hubiera dejado sí eso hubiera bastado para hacerte feliz.

Hoy, no te tengo a vos, ni tengo nada. Cuando me da mucho sueño, o cuando me duermo que para el caso es lo mismo, porque a veces duermo por dormir, sueño que compro una nueva guitarra y que le doy por nombre: Eureka.  Es lo único que me da alguna esperanza. Después, veo a las otras, a Irene, por ejemplo y me siento a tocar. Repito las mismas canciones de siempre, las que me gustaba cantarte a vos y cuando ya no soporto el dolor (porque tengo que admitirte que me duelen muchísimo tus canciones), entonces paso al Blues y muy amargo y con tono enojado, toco por horas y horas la guitarra. Toco hasta que se me acalambran los dedos o hasta que me duela el antebrazo.


Hoy preferiría no vivir.  Pero las guitarras están ahí, solas y me dicen: Amadeus, Amadeus, no me dejes. Ya dejé todo en mi vida. Dejé las comodidades, dejé a mis amigos, dejé a mi familia, dejé mi trabajo y te dejé a vos.  Es importante no dejar las guitarras colgadas, por más ganas que me den a veces de dejarlo todo y apagar la luz. 


Amadeus,