Son ciertas todas
aquellas cosas que andan diciendo. El mundo es un personaje paralítico que se
mueve iracundo sólo para hacernos pensar que, tal vez, no estamos haciendo las
cosas como se deben. Y uno se entrega a leer, a pensar. A sentir que las cosas van a
cambiar o mejorar… o quizá, diferentes. ¿Por qué esa neurótica intención
por parte de nuestra elemental psique de creer que las cosas deberían ser
diferentes? Ah… pero ahí viene la esperanza.
Me siento a ver
cómo se esconde el día. Corrí el escritorio y, ahora, tengo vista a la
ventana. Quizás complete de esta forma, aquel sueño burgués de escribir por
encima de mi ventana. Y me reviento, o se revienta, todas esas manifiestas
ideas de ser un escritor, ser un artista, ser músico…. ¿ser alguien?
Ayer tomé whisky
en cantidades exorbitantes. Práctica que
no venía haciendo por cuestiones de salud. A uno se le da por creer que lo
mejor sería el reposo y, sin embargo, yo veo en todo esto una especie de
solución catártica, cual Freud. Pensé en
muchas cosas. Me gusta pensar a la vera de una intriga etílica que resurge, que
ata y desata, levanta y mata. Pensé en que, sobre mi porvenir, me gustaría
poder hacer algo de lo cual mis hijos (si es que alguna vez los tengo) estén
orgullosos. Y pensé en el temor.
El temor de quien
teme fracasar. En todos mis temores, que son muchísimos. Pensé en todos esos
episodios esquivos de ser alguien o hacer algo. ¿Tema recurrente el mío? Puede
ser.
En estos días que
pasaron, a Dios gracias, estuve leyendo muchísimo. Uno de ellos fue un libro de
un autor argentino, bastante banal –si se quiere dar un adjetivo inmediato-,
pero de una profundidad cósmica.
Los párrafos
están escritos con una soltura envidiable. Y, los diálogos, son de una
desprolijidad pura, contenida en la más cierta de las realidades posibles. Son
conversaciones entre amigos, de lo más ocurrentes, de lo más simple. Nada de
estorbos elementales como se los encuentra en los imbricados textos de Goethe,
uno de mis autores preferidos. No esto es de una calidad mucho más sencilla y
qué tanto más emocionante, pienso yo. ¡Varios signos de exclamación, varios!
Y uno de esos
elementos con los cuales está sostenido el relato (o la ficción, diría
Cortázar), es el vínculo de la amistad. ¡Extraño a mis amigos y esas
esporádicas, nada casuales, tardes de compañía! Extraño mi cotidianeidad cierta
e incierta, constantemente alterada por los avatares de ser alguien…. Extraño
mi vida, la de tener mis amigos, mis espacios, mis rincones verdes. Extraño.
Y pensé en todo
lo que se viene. En el temor del seguir adelante. En el que no arriesga no
gana. En cantar más fuerte aún, para llegar más alto. En verme a las cuatro de
la mañana, completamente ebrio. Y me gustó el futuro que se viene. Me alegró.
Me hizo pensar en positivo.
Al Amor, a los
Amigos, a la Familia y a la Paz:
¡FELIZ AÑO NUEVO!
Amadeus,
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