domingo, 19 de mayo de 2013

Sobre Roma.... O el Amor.




¡Ah, el delicado momento y el supremo instante en donde la pluma y los dedos toman consciencia de sí mismos! ¡Eso es lo que pasa a todos los que pretendemos escribir! Hoy voy a ir un poco más allá. Voy a osar llamarme escritor porque, en definitiva, es lo que vengo haciendo desde que tengo uso de razón. Escribiendo o bien,  en las formas de la poesía o en las formas de la prosa. Siempre adelante. Siempre buscando el instante supremo del delicado momento que supone escribir ése algo que rogamos perdure para siempre. ¡Ah… la magnífica obra de la literatura, o la literatura hecha obra!

Como a las teclas de un piano, el escritor debe buscar esa simpleza, aquella sutileza que sólo las palabras les pueden dar. Una vez me definí como un “histérico” de las palabras. Aunque la palabra Histerya sea netamente de origen femenino, aunque con ello no quiero generar ninguna alusión a nada en particular. Pero qué libertad, qué dulce el gozo el de poder escribir. El compañero más fiel. Es la síntesis del momento articulado en la moraleja que supone entender y vivir del presente.

Siempre ahí, esperando, esperando. Deseando, construyendo, armando, desarticulando. Generando nuevas formas, nuevos pensamientos. Contaminando el mundo, el ozono, con cuanta idea se nos cruza. Y el paciente pathos de quien espera constantemente por el articulado verso. Por el agradable momento. Por el supremo instante en donde el Amor se torna auto–revelante se nos hace ¡por fin! presentes.

Yo no sé si tengo algún lector por allí, cuando yo despilfarro letras como lo vengo haciendo hasta ahora…  siempre la misma pregunta, ¿habrá alguien leyendo ésta pieza? Puede que sí. Puede que no. Es la pregunta anti-sonante que se tiene que preguntar cualquier escritor. Porque en definitiva, escribimos para alguien. Una vez acusé a alguien de interpretarme y ¡qué ridícula mi afirmación! Pero claro, son las palabras. Estate sujeto a la interpretación. Hoy creo que las palabras son mejor escritas que dichas. No me gusta tanto la oralidad. ¡Pero qué placer el presente! ¿Verdad?

La oralidad y su inmensurable espontaneidad. El ridículo afán de decir nuestros pensamientos transmutados a la Lengua. Dicen que la Bliblia se escribió a través de la Inspiración  Divina que como   Lengua de Fuego, dictaba en divina inspiración, a los respectivos apóstoles y “escritores” que compusieron el gran Biblyos. Y también estaban los exégetas, encargados de compilar y leer. ¡Miren todo lo que hace a la lectura! Y yo preguntándome si hay alguien leyendo esto. ¡Pero claro! Yo mismo leo mis palabras aquí, golpeando el teclado, escuchando a Chopin que –según tengo entendido- golpeaba él también las teclas, aunque él escribía con diferentes palabras. La Lengua, ese motor universal, transmisor de conocimiento. ¡Soy un obsesivo de las letras, de las palabras! Por eso me asustan las interpretaciones. Porque aprendí a dudar de todo aquel que interpreta. Hay que hilar desde lo más finos: “Domina las fuentes y entenderás a Plotino” me dijo una vez, un Maestro que tuve.  Dominar las fuentes. No interpretarlas. Dominarlas. ¡Y qué difícil se nos hace no hacer uno y si lo otro en simultaneo!

Pero vuelve el placer de las letras, vuelve el placer del presente. Vuelve la búsqueda inconstante de la libertad. En todo tipo de lenguaje. Sobre todo, en el lenguaje del Amor. La más universal y perfecta de todas las Lenguas. Hay quienes todavía no me creen que existe. Otros sostienen que no lo es todo. ¿Cómo decir que no es todo? ¿Cuál fue la enseñanza que nos dio Jesucristo por encima de cualquier otra cosa –y aquí no entran trivialidades del estilo soy o no creyente porque mismo podría haber dicho el Buda- acaso no fue: “Ámense los unos a los otros”?  Ya sabíamos la Ley. Ya existía la Ley, no hacía falta recordar eso para el Hijo de la Tierra. Hacía falta recordar el Amor que, claramente, no se tenía tan en cuenta.

¿Y quiénes de todos nosotros lo tienen en cuenta? A mí me gusta jugar el juego del Amor. Me resigno a creer que - son/somos/serán - todos iguales. No, ni de un sexo ni del otro. Claro. Hablamos del Caos. De lo que cotidianamente se llama Presente.

El Presente, esa inasible sensación del Tiempo que transcurre en simultáneo con el devenir de los Hechos. Y las Moras que nos cortan los hilos del destino. Quien teje, quien hila y quien corta. ¿Dónde están esas tres brujas que nos limitan la vida y marcan nuestro fin?

Yo vivo de ensoñaciones. Me acusó una vez mi padre de ello, dejando Buenos Aires, hablando por teléfono desde un aeropuerto, en Ezeiza, Argentina.  Sentí que un millón de emociones pasaban por adentro de mi corazón. Una millonada de sensaciones que traían intrínsecamente el peligro del Caos inmediato.  En uno de los bares que hay, cercano a las mangas de embarque, escribí una canción llamado: La Música de la Libertad.

Me es imposible dejar de creer que existe la Libertad como virtud mayor en la vida y que, dicha Virtud, sólo se consigue a través del Amor más puro. El Amor al Arte, (¿coincidencia esto de que ambas empiecen con ‘a’?), el amor a los Amigos “Pues nada vale más que dar la vida por los amigos” Ev. Según San Juan.  El Amor a la Familia. El Amor a la pareja.  El Amor es el vehículo universal de todas las cosas y tendemos a confundirnos en algunos aspectos. A veces creemos que es menester tener otras cosas previas al Amor.  Pero no nos confundamos. Sólo el Amor nos puede realmente completar, movilizar, darnos esa preciosa  Libertad.

Me niego a Creer que el Amor perfecto no existe. Me niego a Creer que no existen Historias Universales enlazadas en el Verdadero Amor. Me niego a  pensar que hay almo más importante que el Amor. Me niego.
Es por ello que voy a luchar y seguiré luchando en pos del Amor. Por una Roma Perfecta…. como dijo mi profesora de Latín “¿Acaso creen que es casualidad que Roma y Amor sean una misma palabra?

sábado, 11 de mayo de 2013

Te escribo, ¿me escribis?




Escribo, ¿te escribo? Desde la rabia. De aquel que ya sabe cuál es y será el desenlace funesto de no terminar las cosas bien. ¿Por qué las cosas se terminan? ¿Qué sentimos? ¿Cómo es que pensamos? Te escribo, ¿escribo? Porque “hacerme el malo” pasó de moda y, al final del día, sólo quedan una guitarra apoyada en la cama y el recuerdo del por qué ahora te odio tanto. ¿Te odio?

Escribo, ¿te escribo? Porque lo único que siento es que nunca fui bueno para vos. Nunca. Y así lo siento, la funesta competencia de tener que ser alguien ¿Y dónde queda el feliz desagrado de no ser nadie? En las reminiscencias de lo que fuimos. Escribo, ¿te escribo? Porque no sé qué hacer y las horas se hacen larguísimas.

Todo los medios de comunicación quedaron obsoletos y resuena de lejos aquel: “Amadeus, Amadeus, ¿Y ahora cómo te contacto?” Escribo, ¿te escribo? Porque una vez más, la solución es resolución y ninguno de los finales me gusta. ¿Es que estamos nerviosos por lo que estamos pasando? Es que, en realidad, teníamos que terminar...

Escribo, ¿te escribo? Y me acuerdo de todas las veces que en mi vida se terminaron las cosas y no lo puedo tolerar. El alma me quema, los dedos están cansados y es tanta la infelicidad que ni con cerveza la puedo tapar. Escribo, ¿te escribo? Porque es tanta mi frustración que saltar ahora mismo por la ventana me daría exactamente igual.

Escribo, ¿te escribo? Porque ni si quiera hoy, un día después de nuestra última foto juntos, puedo encontrarnos en algún lugar, en algún sitio. Y yo que no me quiero borrar nunca lo linda que estabas la última vez que te vi. Y, sin embargo, sé bien que pronto voy a tener que hacerlo porque no hay forma de que nos volvamos a reconocer.

¿Por qué? Por el orgullo, por la ignorancia. ¿Por qué? Por ser como somos. ¿Por qué? Porque todavía se oye el eco de que nunca deberíamos haber estado juntos porque el final era enteramente predecible.


Escribo, ¿te escribo?... Mejor escribime.


Amadeus,