¡Ah, el delicado
momento y el supremo instante en donde la pluma y los dedos toman consciencia
de sí mismos! ¡Eso es lo que pasa a todos los que pretendemos escribir! Hoy voy
a ir un poco más allá. Voy a osar llamarme escritor porque, en definitiva, es
lo que vengo haciendo desde que tengo uso de razón. Escribiendo o bien, en las formas de la poesía o en las formas de
la prosa. Siempre adelante. Siempre buscando el instante supremo del delicado
momento que supone escribir ése algo que rogamos
perdure para siempre. ¡Ah… la magnífica obra de la literatura, o la literatura
hecha obra!
Como a las teclas
de un piano, el escritor debe buscar esa simpleza, aquella sutileza que sólo
las palabras les pueden dar. Una vez me definí como un “histérico” de las
palabras. Aunque la palabra Histerya sea
netamente de origen femenino, aunque con ello no quiero generar ninguna alusión
a nada en particular. Pero qué libertad, qué dulce el gozo el de poder
escribir. El compañero más fiel. Es la síntesis del momento articulado en la
moraleja que supone entender y vivir del presente.
Siempre ahí,
esperando, esperando. Deseando, construyendo, armando, desarticulando.
Generando nuevas formas, nuevos pensamientos. Contaminando el mundo, el ozono,
con cuanta idea se nos cruza. Y el paciente pathos
de quien espera constantemente por el articulado verso. Por el agradable
momento. Por el supremo instante en donde el Amor se torna auto–revelante se nos hace ¡por fin! presentes.
Yo no sé si tengo
algún lector por allí, cuando yo despilfarro letras como lo vengo haciendo hasta
ahora… siempre la misma pregunta, ¿habrá
alguien leyendo ésta pieza? Puede que sí. Puede que no. Es la pregunta anti-sonante
que se tiene que preguntar cualquier escritor.
Porque en definitiva, escribimos para alguien. Una vez acusé a alguien de
interpretarme y ¡qué ridícula mi afirmación! Pero claro, son las palabras.
Estate sujeto a la interpretación. Hoy creo que las palabras son mejor escritas
que dichas. No me gusta tanto la oralidad. ¡Pero qué placer el presente!
¿Verdad?
La oralidad y su
inmensurable espontaneidad. El ridículo afán de decir nuestros pensamientos
transmutados a la Lengua. Dicen que la Bliblia se escribió a través de la
Inspiración Divina que como Lengua de Fuego, dictaba en divina
inspiración, a los respectivos apóstoles y “escritores” que compusieron el gran
Biblyos. Y también estaban los
exégetas, encargados de compilar y leer. ¡Miren todo lo que hace a la lectura!
Y yo preguntándome si hay alguien leyendo esto. ¡Pero claro! Yo mismo leo mis
palabras aquí, golpeando el teclado, escuchando a Chopin que –según tengo
entendido- golpeaba él también las teclas, aunque él escribía con diferentes
palabras. La Lengua, ese motor universal, transmisor de conocimiento. ¡Soy un
obsesivo de las letras, de las palabras! Por eso me asustan las
interpretaciones. Porque aprendí a dudar de todo aquel que interpreta. Hay que
hilar desde lo más finos: “Domina las fuentes y entenderás a Plotino” me dijo
una vez, un Maestro que tuve. Dominar
las fuentes. No interpretarlas. Dominarlas. ¡Y qué difícil se nos hace no hacer
uno y si lo otro en simultaneo!
Pero vuelve el
placer de las letras, vuelve el placer del presente. Vuelve la búsqueda
inconstante de la libertad. En todo tipo de lenguaje. Sobre todo, en el
lenguaje del Amor. La más universal y perfecta de todas las Lenguas. Hay quienes
todavía no me creen que existe. Otros sostienen que no lo es todo. ¿Cómo decir
que no es todo? ¿Cuál fue la enseñanza que nos dio Jesucristo por encima de
cualquier otra cosa –y aquí no entran trivialidades del estilo soy o no creyente porque mismo podría
haber dicho el Buda- acaso no fue: “Ámense los unos a los otros”? Ya sabíamos la Ley. Ya existía la Ley, no
hacía falta recordar eso para el Hijo de la Tierra. Hacía falta recordar el
Amor que, claramente, no se tenía tan en cuenta.
¿Y quiénes de
todos nosotros lo tienen en cuenta? A mí me gusta jugar el juego del Amor. Me
resigno a creer que - son/somos/serán - todos iguales. No, ni de un sexo ni del
otro. Claro. Hablamos del Caos. De lo que cotidianamente se llama Presente.
El Presente, esa
inasible sensación del Tiempo que transcurre en simultáneo con el devenir de
los Hechos. Y las Moras que nos cortan los hilos del destino. Quien teje, quien
hila y quien corta. ¿Dónde están esas tres brujas que nos limitan la vida y
marcan nuestro fin?
Yo vivo de ensoñaciones.
Me acusó una vez mi padre de ello, dejando Buenos Aires, hablando por teléfono
desde un aeropuerto, en Ezeiza, Argentina.
Sentí que un millón de emociones pasaban por adentro de mi corazón. Una
millonada de sensaciones que traían intrínsecamente el peligro del Caos
inmediato. En uno de los bares que hay,
cercano a las mangas de embarque, escribí una canción llamado: La Música de la Libertad.
Me es imposible
dejar de creer que existe la Libertad como virtud mayor en la vida y que, dicha
Virtud, sólo se consigue a través del Amor más puro. El Amor al Arte,
(¿coincidencia esto de que ambas empiecen con ‘a’?), el amor a los Amigos “Pues
nada vale más que dar la vida por los amigos” Ev. Según San Juan. El Amor a la Familia. El Amor a la
pareja. El Amor es el vehículo universal de todas las cosas y
tendemos a confundirnos en algunos aspectos. A veces creemos que es menester
tener otras cosas previas al Amor. Pero
no nos confundamos. Sólo el Amor nos puede realmente completar, movilizar,
darnos esa preciosa Libertad.
Me niego a Creer
que el Amor perfecto no existe. Me niego a Creer que no existen Historias
Universales enlazadas en el Verdadero Amor. Me niego a pensar que hay almo más importante que el
Amor. Me niego.
Es por ello que
voy a luchar y seguiré luchando en pos del Amor. Por una Roma Perfecta…. como
dijo mi profesora de Latín “¿Acaso creen que es casualidad que Roma y Amor sean una misma palabra?