Amadeus, Amadeus
¡cuántas ganas de soñar que tenés hoy! ¡Amadeus, Amadeus ¿Qué os pasa que te
noto tan contrariado?! Amadeus, Amadeus… tú y aquellas ínfulas del Arte cruel…
Amadeus, Amadeus…
Qué patética
aquella voz que viene de adentro, con el espanto de creerme ya completamente
perdido. ¿En qué estoy adivinando yo, ese futuro desgarrador, cruel y sin
fundamentos? ¡Qué nueva terapia nos encontrará en suerte, a la hora de hacerme
el místico y escribir sólo en la primera persona!
Basta ya de todas
esas cosas del plural. Me vuelvo rudimentario cuando se trata de escribir y
re-escribo sobre la base de lo ya dicho: maldigo la primera persona del plural
que me ataca constantemente a la hora de escribir. ¿Y por qué habría de
utilizarla si a fin de cuentas he me sólo aquí, escribiendo cualquier cosa,
sólo por la necesidad de escribir?
No, ya no tengo
mentores, lectores, amigos que me acompañen. No hoy. Me despedí hasta de los
más íntegros para quedarme en la más absurda de las situaciones. Busco y repaso
en mi memoria cada una de las acciones que me obligaron a éste patético
episodio en el que me encuentro hoy. Éste estado de incompleta desesperación,
de lo impredecible que me ata y desata: que me arma y desarma.
Lacónica la
expresión de soledad y todo su entendimiento. Complejo el mecanismos y las
fuerzas de la voluntad. ¿A dónde quiero llegar con todo esta nueva búsqueda?
¿Adónde iré a parar si es que tengo por menester parar? ¿De quién más tendré
que separarme para seguir con esta desventaja que aproxima a la insensatez?
Me gusta creer
que en el mundo hay héroes aún que luchan por Amor. Me refiero a la causa
primera, motor de todas las cosas. Acción indiscutiblemente buena. Del estilo
que se aproxima a lo que entendía la vieja filosofía griega, forjadora de
miradas exóticas y cabezas distinguidas: esa idea romántica de que lo
verdaderamente bueno es Bello en sí mismo. ¿Y cómo no habría de ser así? Sí es
que está hecho con el elemento primero, sustancia engendradora de vida, acción
que remite a todas las acciones. Momento de todos los momentos. Significado de
todos los significados. Hablo de la sustancia misma del Bien mayor: el Amor. El
verdadero Amor. Esos héroes, que sé, luchan día a día para este mundo mejor,
este mundo que buscamos todos y entre todos (aunque algunos se pierdan de a ratos), sé que me están juzgando. “Tú, inútil –les oigo decir- ¿qué haces para que todo
esto cambie?”. “Vos… el bueno para nada
dejad las mortajas de tu imbecilidad y salí a defender lo que Justo: lo que es
en sí mismo bueno. El Amor, el verdadero”.
Sonará ridículo,
hasta inverosímil. Y yo que tan solo me quedé, sólo por la ridícula acción
egoísta y ególatra de elegirme a mí, como primera persona. A mí. ¿Qué hice yo
para merecerme tanto aprecio? No, no es suficiente con recaer en el error
constante, además de ello, tengo que hacer heroicas sandeces, para reafirmar el Absurdo.
¿Quién soy yo?
¿Por qué siento y sufro de esta manera? ¿De qué me escondo? ¿Por qué me paso
tantos días encerrados? ¿Por qué La Música de la Libertad no me libera? ¿De qué
tengo miedo? ¿Y por qué tengo tanto miedo?
¿Será que este es
el grito desesperado… la inconclusa respuesta del insignificante modelo de anti-vida que hará no más de un año
emprendí en esta desolada parte del cuarto, en éste rinconcito desde donde
ahora escribo?
Ya me perdí
completamente. Y esta no es la apología humanitaria, ni la solución de lo
incomprensible. Aquí se está sujeto a interpretaciones, a lo absurdo, a lo
significante y su significado. Aquí los autores se juzgan, los sujetos ejecutan
y las novelas se cuentan. Aquí, en mi corazón, negro, corrompido, triste y
hostil… aquí ésta alma enferma grita desesperada. Pero trato de que sea al
menos, por adentro, cosa de que el grito quede atado al orgullo interno. Ese
ridículo orgullo que una vez le insistí a alguien que ya no lo tenía.
Hoy quiero
respuestas concretas sin siquiera, hacer las preguntas adecuadas. Hoy estoy
desesperado. Asustado y confundido.
Hoy, Amadeus,
estás triste.