domingo, 5 de febrero de 2012

Reflexiones de un domingo por la madrugada.



A todos se nos dio por pensar sobre todo esto de si en realidad somos pensadores o pensados. Si, si, todos hablan bien a la hora de querer presentar una idea. Están quienes quieren mostrarse y aquellos que se encierran. Yo los vi a todos. Algunos, orgullosos, reían incluso hasta de lo más profano.

Todos sabemos cómo funcionan estos pseudos tipos que no superan la versión metha del cómo se es en realidad. Claro, hay diversos títulos que abalan a estos “habladores” llamémosle… También están  las redes sociales, en fin, un conjunto de personajes que se van dando y, en cierta forma, toman parte del cotidiano del que antes nada veía.

No creo que esté mal. Que el hipócrita, juegue con los hipócritas. Que los cielos encierren lamentos sufridos de alguna obra shakesperiana, mal versionada en un teatro de Broadway.  ¡Ah! Osados aquellos intentos de querer demostrar arte en lo inanimado.

Cuando se cruzan el esfuerzo y las ganas orgullosas, nacen las formas vacías, pero para nada inocuas del auto-sabotaje que se le ejerce a la Personalidad.

Algunos, en su intento desaforado, crean, generan un estilo único que circula cual noticia por las redes. La idea de que todos tenemos la posibilidad de expresarnos sobre cualquier cosa con idea de autoridad, es lo que debilitó a la fuerza primera. Ya no se busca ver qué es válido, sino que se ve quién tiene una voz más fuerte. El mudo, el silencioso, el tranquilo, el que no quiere meterse porque no le interesa, rara vez alza su voz en represalia.

¡Pero ustedes, deshonradas voces de lamentos afeminados e histéricos, griten! ¡Hagan sus melodías tan disonantes para que el pudiente, el observador, el ingrato, el justo, el incrédulo, y las voces radares escuchen su caótica lamentación!

Escuché a necios decir pavadas, me escuché a mí decir groserías. Que las voces del ridículo no molesten por demás. Que los signos sean puros y se den sin intervención del filo rajado de la separación natural del insano juicio.


Impuras criaturas que tanto se han mostrado, en su caminata ridícula por las vías de las modas pasajeras de amores veraniegos… hagan su propio mea culpa.


Ser responsables con lo que uno dice