Suenan esos acordes estruendosos del
Requiem de Mozart, hoy un día después de haber puesto fin (de manera casi
irreversible) a lo que considero mi primer "libro". Es muy osado
hablar de ello. Sería una pena decir semejante pompa, más cuando las notas
tridentes de un Requiem me hacen pensar en todo aquello contra lo que luché a
la hora de escribirlo.
Creo que lo escribí sobre el mismo material con el que lo empecé hace unos cuantos
años ya. Necesitaba cerrarlo, y no me han de creer, escribirlo y corregirlo fue
un proceso largo, duro y nervioso. Mientras releía algunos de los textos
escritos, podía sentir esa misma angustia, ese
mismo odio, esa misma desesperación que tanto sentí en aquel tiempo. Y hoy, sin
embargo, me siento tan poco angustiado, más libre. Dispuesto hacer de mi todo
algo más coherente. Sé que quizás esta no sea la forma más armónica de la
coherencia. No obstante, me veo en la obligación de afirmar que este post es
hoy, motivo de alegría.
Escribir te lleva a estados y, para recurrir a ellos, el escritor, tiene
que ceder a mucho de su personalidad. Tiene que ponerse en papel, como el actor,
como el músico que, a la hora de interpretar su obra, hace muecas, gestos,
grita, desespera, todo y más, para darle al espectador la fascinación de las
palabras... o del momento.
Yo me puse en papel, me puse en rol y haberlo dejado a Fausto que haga de
las suyas conmigo por tanto tiempo, fue un proceso doloroso. No voy a hablar
como quien tiene un nieto y ve el tiempo como a un hermano lejano que hace años
vive separado de la familia. No, sería hipócrita de mi parte. Pero sí he de
admitir que hoy me levanté con un peso menos en la consciencia. Creo que se
debe a la imposibilidad, o tara, mental que uno se pone a la hora de
emprender semejante empresa. Todos esos "por qué", todos esos
miedos.
Yo ya no estoy para algunas cosas. Mis motivos pueden ser un poco más claro
o, por el contrario, más difusos... pero aún así, adentro mío, lo que quiero se
me presenta más diáfano y mi futuro es hoy, más mío que nunca. Un primer paso,
para cualquier acción en la vida, es enfrentar con lucha armada, esas cadenas
opresivas del "no puedo". Otro, ser paciente. Siento que dejé ir un
pedazo de mí que, hacía tiempo, estaba ahí... atado un poco a mí, tirándome
despacito hacia el borde de lo inagotable.
¿Sinfonía de la desesperación? ¿Tendré que admitir lo que adentro me
avergüenza? ¿He de decir que me llevé a los límites más absurdos de la
desesperación para poder terminar lo que necesitaba terminar? ¿Tendré que
confesar que hice cosas atroces y hasta nefastas? Quizás sea necesario... Por
lo menos que quede aquí el registro, si no para los otros, por lo menos para
los míos que vivir es una acción consecutiva en donde todo lo que una vez
decimos o deseamos de nosotros, nos persigue como el Cuervo de Poe, hasta
nuestros últimos días. O bien terminas lo que empezas o, pronto, decidite a
morir en el intento porque si no, el sentimiento de lo mediocre te acompañará
como una niebla oscura por el abismo de los días que separan el hoy, del último
respiro.
Me acuerdo cuando era más chico y leía a Fausto... Fausto, Werther, Fausto, Werther, Fausto,
Werther... Goethe, ¡él fue quien me inspiró desde lo más profundo! Él y ese desgaste
constante de lo absurdo, de vivir el sentimiento de la forma más plena, quizás,
hasta agotar toda posibilidad de la lógica... No por el hecho de querer demostrar
ser el mismo, un poeta... no. Sus intenciones eran las de probar el Temple del
hombre.... ¿Hasta qué punto estamos dispuesto a seguir por nuestras ideas,
nuestras metas, nuestros deseos?
Y me acuerdo también, de Don Miguel de Unamuno y su Nivola: "Agusto se levantó una mañana dispuesto a pasar un día
a gusto." Él, en su forma, con su Agusto, con su Nivola, probó los límites del hombre. Quizás en una forma más
latina que anglosajona, pero forma al fin. Fueron ellos quienes me inspiraron,
desde lo más profundo, a Amar profundamente, hasta el borde de la locura,
actuar, de la forma más apasionada y jugar al artista hasta sus últimas
consecuencias. Me acuerdo un día, sentado en una plaza, ahí por donde yo vivía
cuando vivía, pensando: "el día que yo cumpla edad suficiente, voy a tener
historias para contar".
Me llevó mucho tiempo escribir alguna cosa que me resultara digna de querer
publicar. No sé bien cuál es el destino de lo que escribo pero se me da por
pensar que el futuro, aunque no brillante al menos puede ser futuro ¿Y no es
ello suficiente para seguir intentando o mejor aún, seguir escribiendo? Sí. Lo
es.
Tengo nuevas metas ahora, sobre todo con mi pasión primera: escribir. Tengo
nuevas metas con todo lo que tengo para esta vida. ¿Y la desesperación? ¿De
dónde nos viene? ¿Dónde queda?
La desesperación fue la suerte de ser adolescente. La suerte haber amado
profundamente. La suerte de haber dado lo mejor de mí y lo peor de mí: todo por
el simple hecho de querer experimentar... ¿Qué me queda ahora? Ahora me queda
lo otro, lo mejor: volver a planear, volver a escribir, volver a
descubrir.
Amadeus,
PD: Adiós mi querido Fausto.