lunes, 25 de febrero de 2013

Pensamientos ajenos de un burgués a un amigo,




No es novedad que, para  sentarme a escribir, suene un disco de Astor Piazzolla. Tampoco es novedad que la simple mención de Buenos Aires en una noche en curda, pueda hacer de éste tanguero, un llorón. ¡Pero dicho sea de paso, qué necesidad necia la de querer escribir en mi idioma!

Un día escuché a alguien decir: “pues… cuando soñas en otra lengua, es porque ya podés ser considerado bilingüe”. A veces, sin necesidad de desmerecer el logro y lo magnífico de haber podido aprehender un idioma nuevo,  duele saber que todo ese lunfardo se me está perdiendo. No sólo eso: las esquinas con mate, los vinos por las calles nocturnas de una ciudad opacada por la inseguridad, de un olor a humedad que le valió a Buenos Aires un montonazo de epítetos... los amigos.

¡Qué manera de ser diferente! De querer pensar, de re-escribir miles de notas en mi cabeza, sólo porque estoy en búsqueda de la perfección. Qué guión a lo Cortázar del ridículo de ser un colectivo financiero, que sólo juega la suerte de ser “empleado del mes” para poder perseguir un sueño. ¿Qué sueño? El de vivir, me respondo rápidamente. Qué patético el devenir y lo inconsciente de la gente.

Qué lindo los e-mails y las diferentes misivas que a veces recibo de mis amigos, único y verdadero vínculo afectuoso que existe en esta vida.

Estoy un poco triste. Viajar significa un montón de cosas. Y más, mucho más aún: perderse un montón de otras. Estoy viajando recorriendo un sinfín de continentes que se inventan y re-inventan para generar paisajes y crédulas canciones de rock. Y yo, lo único que espero es que todo éste martirio que sin dudas se me ha escurrido de mis manos, se termine de una buena vez para poder volver a la rutina.

Mi cuerpo está cansado, ajeado de tanto volar. Corrompido de todas las cosas que vi. Sin un minuto para pensar, sin canciones para cantar, sin ideas para escribir. Y ese necio fuego que nace de mi alma que grita: “libertad, libertad, libertad”. Es todo lo que quiero. “Ser libre es un estado del alma y no algo que se pueda otorgar”. Me re-escribo, viejas citas del pasado, escritas quizás en un paraíso etílico o en la ridícula idea del “filósofo” moderno que en sus descuidadas pesquisas por la verdad encuentra realidades sub-alternadas con la propia en un brillante collage de palabras.

¡Maldigo el día que decidí ser alguien! ¡Bendigo la hora de no ser nada! “… en tu afán de vivir”… “tus ganas de ser libre”… “vivir tu vida como siempre se te dio por hacer”. Un montón de citas más. Todas lindas. Todas propias y ajenas. Todas de alguien y también nuestras.

Veo las horas escurrirse en aquella secuencia, numérica y circular. Escucho los opúsculos de un día laboral allí, en el mundo real. Recuerdo los pilares de los 10 principios éticos del yoga y participo en una marcha de un Angelus ficticio, vulgar y precoz de una persona a la que se le atribuyeron poderes supra naturales.  Camino un poco más y me pregunto a dónde carajo va a llegar todo esto. El marfil, el mármol, el tapiz pintado de una vieja ruina romana.  La madera de un mueble que juega a ser atrio. Las leyendas milagrosas de una fe que nunca se perderá. La realidad suprema de saber que no sabemos nada…

Y afuera, los ecos de un día que se termina, de una noche que se hizo de pronto y de un montón de burocracia y de deseos de libertad que me alejan una vez más, de aquel plato de pasta que me espera en la cocina.

Amadeus,