sábado, 4 de octubre de 2014

Algo sobre el Jazz




¿Por qué no escribir con Jazz o sobre Jazz? A kiss is just a kiss, dicen lo que saben… as time goes by. ¿Por qué no? Amigo Thelonious, te conocí hace muy poquito y vos vieras las cosas que me haces sentir cuando tocas el piano. ¿Qué saben ellos? No saben nada.

Por otra parte, ahí estás vos… vos y tu ego, mejor dicho, saltando de cuarto en cuarto, guitarra en mano. Escribiendo ahora, sobre jazz. ¿Se acuerdan ésa primera publicación allá por diciembre del 2011? Yo sí. La primera cosa que escribí para éste blog (que cerraré pronto), fue algo que escribí  con un disco de Tom Waits: The Heart of Saturdays Night. Un disco, editado en el año 74’. El segundo disco de éste gigantísimo artista. Todavía se oyen los dejos del contrabajo ahí, en las canciones tan perfectamente logradas de un Joven Tom, que con sólo 22 años grababa su segundo álbum.

¿Qué saben ellos? Pienso, mientras escribo estas palabras. Por lo que sí sé, somos unas máquinas cargadas de egos y personalidades. Yo, más que ninguno, sin dudas.  Pero ¿qué se puede decir de todas estas cosas que suenan “bebop, bebop” that’s the way it sounds when you play it"… Dijo Dizzy Gillespie. Bebop, bebop… Cantan Chalie Mingus, Charlie Parker y San Gillespie en un concierto lejano de la década del 60’. ¿Y qué saben ellos? Nada.

Ay Amadeus, día tras día, devorando y dedicado, completamente a tu música. ¿Qué haces durante el día? Bueno, claramente, vivo para la guitarra. Es decir que, ni bien me despierto trato de organizar el día en función a: cuántos discos voy a escuchar y cuántas horas iré a estudiar. Esas son, por ponerlo en palabras elegantes, las prioridades cotidianas. ¿Y qué saben ellos?

Después, claro, siempre en busca de lo nuevo, de algún descubrimiento: el análisis. La línea del contrabajo, (ahora tenemos a Ernesto, amigo Contrabajo que nos acompaña como regalo de cumpleaños), la trompeta, el piano y la guitarra –cuando hay guitarra.
Siguiendo, la biografía de los artistas ejecutantes. Es importantísimo, diría vital, saber de dónde viene toda esa cosa. El jazz, o la escuela de jazz, es algo que se sucede en tiempo y forma y por un sinfín de otras  banalidades más, de generación en generación. Para vivir hay que tocar, para tocar hay que vivir, sería el slogan que no pocos “jazzeros” adjudicarían a su práctica. ¿Y qué decir? Qué saben ellos, nada.

Entonces, las canciones, los artistas, los discos, toman forma. Claro, primero en boceto. Los más dedicados dirán, con sus respectivos pentagramas, que hay que tomar el impulso de partituras. Yo rehúso de ellas. Tal vez, más por obstinación que por otra cosa.  No me gustan. Me generan cierta disconformidad. ¡Por favor, a los prolijos, absténganse de leerme! Si a estos discos podemos sumarles un buen Malbec o algún otro vino de cepa francesa, mejor. No tengo nada con los vinos italianos, me fascinan. Pero realmente, no sé cómo se llevarán con el jazz. El Whiskey/Whisky, para mis amigos Anglo-saxons, puede funcionar “just fine”, como diría Charly García. Es importante comer antes de escuchar el disco porque, caso contrario, el jazz te quitará toda el hambre. Más si uno es primerizo en el caso de Thelonious o Parker.

Igual, esto es sólo una recomendación:¿Qué saben ellos? Bueno, nada.

¿Pero Amadeus, decíme cómo es, vos querés pasarte todo el día tocando? Básicamente, sí ¡Pero, no sé puede vivir así! No claro, no se puede.  ¿Entonces? Entonces, trato de hacerlo. ¿Y aguantas? A veces sí, otras, me salen callos en los dedos y los callos se llenan de sangre y Cortázar; y bueno hay que parar. ¿No te parece que exageras? Seguramente. ¿Y por qué no te cuidas? Porque nadie me cuida a mí, salvo yo y yo, sé perfectamente lo que tengo que hacer. ¿No es un poco ególatra tu pensamiento? Tal vez sí pero, ¿qué saben ellos?

Y así pasa con los discos. Los discos se van pasando, uno tras otro. Contrabajo, piano, saxo,  trompeta, batería. ¿Qué saben ellos?  Sometimes, when you play jazz t it can sound either Cool or Hot but this has nothing to do with what we usually think when it comes to terms like Cool or Hot… is something else. ¿Y qué saben ellos?

Será lo que tenga que ser. A modo de reflexión y basta de oraciones cortas, cada uno sabe lo que tiene que hacer. Podemos discutir, el tiempo, el modo y su correspondiente sintaxis. Pero hay algunas cosas en esta vida llena de puerilidades que no cargan significaciones ambiguas. Yo desafía a muchos,  bah, a todos… Pero si lo hago es porque me gustaría saber: ¿qué sabés? Bueno… nada.

Jazz.

Amigo Amadeus, hoy sí, cualquier cosa.







viernes, 26 de septiembre de 2014

Nada sirve de nada


Cheers Darlin'


Cheers darlin'
Here's to you and your lover boy
Cheers darlin'
I got years to wait around for you
Cheers darlin'
I've got your wedding bells in my ear
Cheers darlin'
You gave me three cigarettes to smoke my tears away

And I die when you mention his name
And I lied, I should have kissed you
When we were runnin' in the rain

What am I darlin'?
A whisper in your ear?
A piece of your cake?
What am I, darlin?
The boy you can fear?

sábado, 6 de septiembre de 2014

Sobre los libros y otras pavadas

(NOTA PRELIMINAR: Producto de algunas respuestas que recibí en las pasadas publicaciones fue que decidí hacer esta aclaración para no despertar resquemores en las retinas de ningún lector desapercibido.  El contenido aquí publicado no incluye a nadie, así como tampoco, excluye a ninguno. Es decir, simplemente se utiliza como acción terapéutica y nada más. Es por ello que, si alguno sintió algún tipo de transmutación literaria, sólo me resta decir que todo mi contenido se ampara y se resiste por el principio aquí sostenido de que todo es Ficción; respaldado por literatos modernos y pseudos literatos, como en mi caso).



Hace semanas que pienso en esta publicación. Libro sobre libro, apoyados sobre el borde de mi cama. Allí, la pila esotérica, literaria y filológica de miles de contenidos que se devoran, día a día, hora tras hora, segundo a segundo.  De fondo, el disco de Django Reinhard y su “re-interpretación del Gypsy Jazz”. 

Literatura para desayunar que a veces, nos confunde, nos hace pensar. Letras que nos toleran y prejuzgan, como lectores y leídos. Toda esa ficción, al borde de una cama de una plaza; antes, sillón y “apoya bolsos de madres con hijos”, hoy: mi humilde cuarto. En él, como en casi todos mis otros cuartos, los que estuvieron en otras latitudes, con otros climas y a la vista de otras ventanas, lleno de libros y poco espacio para lo demás.  ¿Qué será esto de leer?

En la compañía que trae estar con uno mismo, uno tiende a preguntarse: ¿cuál es el valor de todo esto? O bien, ¿adónde quiero llegar? También está la culpa occidental romana, ¿de qué me sirve? Siempre las preguntas de tinte filosófica que acosan a uno y sus libros.

Hay un cuento de Cortázar en el que el fin del mundo, se consuma por culpa de las editoriales y los libros. En el cuento, Cortázar, hace referencia de que cientos de editoriales publicaron sin control. A tal punto que los libros, se apilan formando paredes interminables que, como en la vieja Babel, llegan hasta el borde del cielo. Cuando el espacio continental se ocupa por completo con libros, muchos se tiran al océano, inundando ciudades, etc.  Un apocalipsis sobrecargado de información, pienso yo.

Es que libros y lectores, pueden funcionar de varias maneras. Están los que leen todo cuanto  existe-existió (pongo el caso de Borges), los críticos, los que “no leen literatura”, los ensayistas, los lectores que escriben (esos somos los peores), los que leen en las vacaciones de verano, los lectores de viaje de tren y los mejores: ¡los que no leen nada! El libro, como sustantivo, tiene un sinfín de usos. Variados y alternos, pueden conquistar el corazón del más intrépido y despistado de todos los No-Iniciados. Pero existe el otro valor del libro, ése del que hacemos alarde –nosotros- que-gustamos-de-leer, según escribiría Cortázar. Está el libro en su valor simbólico y allí cambia la cosa.

En esos libros, Toulouse-Lautrec es un pobre pintor nacido en Toulouse  que se muda a Montmartre para  retratar prostitutas y cabarets teñidos de rojo. Borges encuentra el Aleph, en la casa de un tal Carlos Argentino Daneri, una persona detestable según él. Gurdjieff nos cuenta, en los símbolos que son libros, que todo sucede y que hay que encontrar el estado de alerta, vivir en estado de alerta permanente.  Don Quijote, cree ver gigantes en los molinos de viento y Pirandello tiene un problema con un director de teatro, a quien se la aparecen seis personajes en busca de un autor.

¿Qué decir? La importancia de llamarse Amadeus, pienso yo. Las palabras son contenidos huecos, toscos, hasta que viene alguien y encuentra la Piedra Rosetta de la literatura. Allí, la palabras, se transforman.
Existen muchos apocalipsis impulsados por todos los medios, sobre el fin de la literatura y la muerte de las letras. Yo no le creo a ninguno, así como mi confianza en la humanidad se ve completamente desnutrida, creo también, que es absurdo vaticinar tal nocivo fin.

Los lectores seguirán existiendo porque el libro, como el símbolo, tiene por definición el don de resucitar.  Pueden aglomerarse los tiempos, y los brutos ser más brutos que antes, los menos ser menos… pero la literatura, como aquel mitológico animal que revive desde las cenizas mismas de su extinción, vuelve siempre a nosotros pegándonos cachetadas en la mejilla. ¡No teman,  amigos lectores! La compañía fiel cuasi canina que tienen nuestros libros, seguirá allí por más que vengan divorcios, amores, enojos temporales, cambios bipolares, tormentas de arena, lluvias torrenciales,  diferentes latitudes, culturas mixtas, globalización y gente con celulares de pantallas gigantes.


La importancia de llamarse Ernesto, digo… Amadeus,



PD: ¡Me gusta mucho cómo escribís Anto Bettati!  

viernes, 8 de agosto de 2014

De nosotros y la Poesía






Not dark yet, but is gettin' there. 

De pronto nos convertimos en poesía si, vos y yo. Dos palabras con algo de rima que vienen sonando como las canciones con gusto a viejo que canta Bob Dylan. ¡Ah, que vengan los néofitos lectores a decirnos cuáles son las palabras correctas, la rima perfecta! ¿Te acordás de la poesía, ésa que escribíamos vos y yo?  ¡Poesía!
De las rimas, no nos quedan letras… La noche, la cerveza, los relojes con el tic tac, tic tac, tic tac… ¡qué fuerte que suenan! ¿Te acordás de Roma, de la noche interminable con las botellas de alcohol que se tiraban por los aires ? ¡Todo era botellas vacías!

¡Eid Mubarak! Y todas sus funestas ramificaciones, el desierto inagotable y la noche eterna. ¡Nosotros éramos poesía! Y ahora, espero palabras tuyas todo el tiempo. Un día me levanté y vi una cosa escrita cerca de donde yo suelo tipear las miles de incongruencias que a diario borro y re-escribo: “estoy preocupada”. ¿Qué es lo que te preocupa?  ¿Yo te preocupo?

No, no. Eso no es preocupar. Es el instinto primario que te hace sentir una suerte de culpa estúpida que no nos lleva nada. Bueno, algo nos trajo: palabras. Rimas. ¡Poesía!  Somos canciones viejas, fotos olvidadas, sonrisas falsas de poses interminables y algo de tomas perfectas.  Somos la basura nueva, del mundo estúpido y ridículo en el que vivimos. Somos la ira de los amantes, los acordes do, la menor, re y sol. Un repetir constantes de berretas canciones que hablan de calles oscuras, noches interminables y la lluvia. Siempre tiene que estar la lluvia. Las canciones sin fin y nosotros que éramos poesía…. Éramos, ya no lo somos más.

Yo soy la versión pseudo psicótica de la absurda liviandad del ser. Vos sos algo nuevo, algo viejo y algo prestado. Me imagino con tus vestidos amarillos y púrpuras, con zapatos de cientos de colores porque todo era zapatos para vos… y la poesía. La poesía quedó relegada a las viejas canciones o a las anécdotas de los sábados por la noche para compartir con el amor de tu vida y las amigas con siliconas. Porque hoy, todos tenemos algo de silicona en nuestra cabezas o entre nuestros amigos. ¿Tan plásticos somos? Sí, pareciera que sí.

El viejo discurso y la vocación en las palabras. Las palabras y los escuetos discursos de una ex novia que me acusa de haberle generado un fanatismo ridículo con las palabras que, al parecer, ninguno de sus compañeros logra comprender. Yo no soy un fanático, pero sí un simplista. Lo que significa es, lo que es, significa. Así entiendo yo las cosas. Porque no soy de lo más inteligente.

¿Entonces? ¿Por qué nos aturdimos tanto en la poesía? Tal vez fue ése día de lluvia en el desierto que me enamoré. Me acuerdo pensar que sí algo tan increíble como es el  agua, podía inundar el desierto, entonces yo podía perfectamente enamorarme y ser una persona mayor, madura y constante. Pero no tuvimos en cuenta la poesía, las de Béquer, las de Shakespeare. Las que hablan de las noches oscuras y sin luna, en donde el desierto es sólo el páramo desolado y los amores de verano, sólo un recuerdo fugaz y adolescente.  La poesía es la rima que no convoca, la significación del sin sentido en versión de metáfora y tal vez, en la actualidad, el recuerdo de una época pasada.

No creas que mis antiguas borracheras lograron olvidar el olor que tenía tu pelo o el color de tus ojos. No hay viento suficientemente fuerte como para llevarse tantos recuerdos. No. El espacio de mi cama será muy chiquito pero, la verdad, todavía cabemos los dos juntos y apretados.

Pero algo me dice que es hora de madurar, de crecer. De ser más parecido a los amigos que tienen siliconas y los que se afeitan las patillas. Quizá, sea hora de tomar el té a las cinco de la tarde y comer masitas dulces entre charlas cortas y entretenidas. Puede que mejor sea dejar a Plotino para otros asados, y dejar el Homenaje a Zeus, como una contemplación netamente personal, sin incluir a otros.  Mejor aún será cerrar esa puerta que lleva a  la gente a  decirse cosas o decir de más y no hablar con nadie de nada. Mejor escuchar los violines con las mandolinas sonar juntas y al unísono. Creerse Mozart por un rato, mientras un libro de Bórges con Bioy Casares, se comparte entre amigos imaginarios y charlas con diccionarios. Mejor, buscar el significado de la palabra “Amor” o “Verdad” o “Preocupar” en el diccionario de la Real Academia Española. Escuchar Blues hoy es un “must” como dirían mis foráneos contemporáneos. Esos, los que se jactan de ser tan educados y prolijos.  Pero vivir el Blues hoy que nadie entiende de nada, ¡no gracias!. El juego del teléfono descompuesto y pensar que uno tiene que preocuparse, no es mi juego… es tu juego. Y yo no lo voy a jugar.

Hoy estoy más cerca de la ira. Sí, con vos. Porque me ponés en el lugar del “que sufre” y yo no sufro, vivo. Mal, porque no soy un hombre inteligente en éstas cosas, menos en materias del querer… pero al menos vivo, siento y digo lo que se me antoja en el corazón porque lo creo verdadero. Porque siento que ahí está el verdadero significado de la poesía, no en las rimas consonánticas o de vocales abiertas.

Yo no soy poesía… y quizás, nosotros, nunca lo fuimos tampoco.



Amadeus, 

martes, 29 de julio de 2014

Carta a vos.





Me propongo escribir, o tal vez escribirte, así. Sin mentiras. Sin triunfos, sin palabras dulces, ni consuelos de sábado por la noche. Te escribo por acá, porque de otra forma no podría hacerlo.  Te escribo, porque ya no me acuerdo cuándo fue la última vez que escribí algo. No creo que esto valga la pena ser leído. Tampoco creo que lo leas. Pero que al menos, quede como evidencia que te escribí.
Además, sé que sabes que ya lo sé. Sí, bueno, noticias de ése tipo son difíciles de ocultar incluso para aquel que no quiere enterarse.

Ya no sé escribir en español. A veces, pienso en inglés, a veces, en italiano. Suena la música y un montón de palabras vienen. No me puedo concentrar. ¡Uf, si supieras los problemas que tengo para concentrarme! ¿Cuándo fue la última vez que estuve concentrado en algo? Ya no me acuerdo.

Hoy, por suerte, estoy recibido de “Inútil bueno para nada” y con “Honoris Causa”. Te agradezco el apoyo porque, en parte, es gracias a vos que llegué a ser tan poco. Pero ojo, lejos estoy de echar culpas. Ya no es mi estilo. Esto, lo armé yo solito.

¿Qué son las palabras sino un montón de nada? ¿Poesías? No, no quiero escribir eso. Cartas, ya ni me acuerdo como arrancaban. Quedan los e-mails, pero de esos me desligué  hace tiempo. Me despierto, veo mi casilla de e-mail a la espera de alguna cosa que me dé algo de sentido o un atisbo de esperanzas. ¿Quién soy yo? Nadie. ¿Qué se puede esperar de nadie? Nada.

Me puse aquel  “soundtrack” que habla tanto vos, ése, el italiano. El que tiene la mandolina. ¡Si la vieras a Beatriz, pobrecita, ahí recostada! Me vienen tantas palabras, tanto dolor ahí adentro, tanto orgullo.  Me vienen como cosquillas, que bordean la bronca, la ira, lo imposible, las ganas, las sensaciones, las miles de palabras que nos dijimos, los momentos olvidados, los que no se pueden olvidar, las comas y sus respectivos puntos seguidos, los puntos y aparte, las decisiones bien tomadas, las malas, las actitudes ridículas, los acentos foráneos, la miscelánea idea de que las cosas pasan, los días de invierno en el verano eterno… todo. Me viene todo. Y en el estómago, todavía está el nudo que aprieta y no me deja llorar. ¿Por qué no puedo llorar?

Algunas veces, me ocurre que estoy hablando de mis guitarras y, acto seguido, un montón de lágrimas me vienen. Lo mismo cuando menciono a la música. De vos, ya no hablo más. Tuve un tiempo, hasta hace relativamente poco, donde no hacía otra cosa más que pensarte y hablarte. Tenía tus fotos, al lado de la Ilíada, me servían para empezar bien el día. Me daban esperanzas. Hoy trato de no hacerlo, me digo: “Amadeus, más vale te olvidés, porque ya te olvidaron a vos”. Y escondí las fotos adentro de un libro que no puedo recordar.   Ya no tengo los amigos, los emails, los días contados, las horas eternas, el calor del verano, el agua de la pileta (o piscina como dirías vos), no me quedan más “tu”, ni me sobran palabras de amor.  Ya no siento nada por nada, ni por nadie. Se me fueron los dedos, los dolores, los sueños, el insomnio, las ganas de estudiar mandolina, la flauta china, los vuelos interminables, los que terminaban rápido, las horas de rock, las tardes de Blues, el fernet, la buona cucina, ti manchi un sacco, etc. (Perdón, me interrumpieron, pero no te preocupes, la música no terminó aún).

Hay que buscar la definición y lo leo a Plotino que habla tan altanero sobre lo que es el Deber y lo que es el Camino de la Virtud. La leyenda dice que un día Plotino encontró a su discípulo y copista, muy deprimido y al borde del suicidio; conmovido, Plotino, le dictó el Tratado 1.9, en donde aclara que sólo aquel que se dedique a mejorar en virtud, gozará mínimamente, de la felicidad. Yo no sirvo para nada y me cuesta creer que alguna vez serví en algo. Soy bi-polar, inconstante, hostil, impaciente, carezco de método, soy altanero, a veces peco de megalómano, no hablo muy bien, me cuesta pensar, me doy a los vicios (ya no tanto como antes) y hoy en día, creo que me convertí en un insensible puro. Ya no me acuerdo lo que era reír a carcajadas o disfrutar de una borrachera. No me acuerdo el placer que me producía tocar Blues o lo que me hacía tomar Whisky. No me acuerdo lo que es el amor en pareja, porque hace más de un año que dejé a mi pareja allá, en otras tierras… y desde entonces, aquí me ves, yendo de un lado para el otro. Pero a vos no te importa nada de eso. Ya sabés más de la mitad de mi historia.

Vos viste muchas cosas en mí, las buenas y las malas. Nunca me viste a mí. Sentado, desesperado, con la guitarra pensando qué decir para hacerte feliz, qué hacer para verte reír, qué cocinarte para enamorarte. No entendías esas cosas… o tal vez sí. Nunca salíamos de mi cuarto, nunca íbamos a ningún lado. Nunca estuve tranquilo. Nunca me sentí cómodo. Siempre yo, con mi complejo de tan poca cosa y la Mandolina, la Mandolina ahí, tirada en mi cuarto. Da pena.

¿Qué importa si me enteré o no? Creo que querías que me enterara, y te felicito por no haberlo hecho antes. ¿Responderte? ¿Algo? No, si ya no podía pensar del dolor que me causaba el estar tan lejos. “No se puede comer del amor” me dijiste una vez. Tenías razón.

Estoy convencido, hoy, que en mi vida hice todo mal. Nunca estudié nada. Nunca busqué nada de nadie. Nunca me sentí completamente satisfecho con nada de lo que me ofrecieron y/o conseguí. Siempre, buscando, desconfiado, ansioso y a la espera de ésa casualidad que me llevara a lo inefable: al Nirvana. Al éxtasis mismo que produce la música. ¡Qué tonto que fui! Si yo no sirvo para nada y menos para eso.

Tenías razón cuando me decías que no podía depender enteramente de vos (¿Te das cuenta lo patético de ésta carta?). Nunca debí de haber bajado esa noche, después de la Navidad, anunciándote que ya me iba. Nunca. Aunque merecías ser recompensada por los daños y prejuicios. ¿Tan destructivo puedo ser? Aparentemente sí. Hoy no siento nada. No me duele el hambre, no siento el frío, no me enojo, no me emociono, no me río… sólo y en contadas ocasiones, lloro pero nada más cuando de hablo de la guitarra. No extraño mi vida vieja, no reniego de la nueva, no me interesa levantarme a las mañana o por las tardes. No me inquieta  doblar o seguir derecho. Camino si tengo tiempo, fumo sin tengo tabaco.  A veces juego al ajedrez solo, mientras escucho algún disco de Blues de la década del 30 o 40. Y pienso lo lejos que nací, lo inservible de mis actos, lo innecesario de todo esto. Pienso que Dios se confundió conmigo. Consulto, leo, veo y duermo.

Ya es lo mismo un día, que una semana, dos días a diez horas. A veces,  la gente me viene a hablar( porque hoy en día no hacemos más que hablar de nosotros y hablar de nosotros con otros) yo me aburro y me quedo callado. Lo hago apropósito, porque ya no me interesa hablar tanto y menos, hablar por hablar. Espero. Espero a que ellos me hablen y si no me hablan, entonces, tomo mi guitarra y me pongo a tocar o si no la tengo conmigo, invento alguna excusa y me voy. O me siento en una plaza y si hace un poco de fresco, me gusta recostarme en algún banco y dormir. Algunas veces, es sólo por unos minutos. Pero me gusta esa cosa que siento ni bien me despierto de la siesta en dónde no sé bien quién soy, dónde estoy, etc.

Pero a vos ya no te importa nada de estas cosas. Se me da por pensar, porque así somos los obsesivos compulsivos, que te alegra verme así. Que subís fotos para que yo las vea o me entere. Me gusta sentir que todavía esperas un e-mail mío, aunque sé que ya no los esperas para nada. No creo que hayas sido el Amor de Mi Vida, pero si mi Gran Amor. Yo hubiera dejado el cielo, la luna, las estrellas, las guitarras, el trabajo pesado, las flores en la primavera, los amigos, la familia, los días azules y naranjas, las hojas del otoño en Buenos Aires, los besos dulces de miles de diferentes nacionalidades, las postales, las obras de teatro, el Blues, las canciones en español, las mandolinas y las canciones italianas, Roma, todo, todo lo hubiera dejado sí eso hubiera bastado para hacerte feliz.

Hoy, no te tengo a vos, ni tengo nada. Cuando me da mucho sueño, o cuando me duermo que para el caso es lo mismo, porque a veces duermo por dormir, sueño que compro una nueva guitarra y que le doy por nombre: Eureka.  Es lo único que me da alguna esperanza. Después, veo a las otras, a Irene, por ejemplo y me siento a tocar. Repito las mismas canciones de siempre, las que me gustaba cantarte a vos y cuando ya no soporto el dolor (porque tengo que admitirte que me duelen muchísimo tus canciones), entonces paso al Blues y muy amargo y con tono enojado, toco por horas y horas la guitarra. Toco hasta que se me acalambran los dedos o hasta que me duela el antebrazo.


Hoy preferiría no vivir.  Pero las guitarras están ahí, solas y me dicen: Amadeus, Amadeus, no me dejes. Ya dejé todo en mi vida. Dejé las comodidades, dejé a mis amigos, dejé a mi familia, dejé mi trabajo y te dejé a vos.  Es importante no dejar las guitarras colgadas, por más ganas que me den a veces de dejarlo todo y apagar la luz. 


Amadeus, 


jueves, 20 de febrero de 2014

La señorita del vestido amarillo (cuento corto)



Busquemos otra vez, ese cuento de la señorita de color que fumaba en la esquina de lo que parecía ser un bar de época. Sí, yo la vi bien, confundida con un vestido amarillo, el pelo corto, fumando contra el rincón de lo que parecía ser un bar de época. El piso de madera, con sillas altas y mucha gente. No se veía nada por el humo de los cigarrillos, no de los que fumaba ella contra el rincón de lo que parecía ser un bar de época, sino de los que fumaban todos los otros. Había un montón de personas.

Uno estaba contra el piano, con el brazo apoyado en la cola del instrumento y medio borracho, mientras que tres atrás le festejaban aplaudiendo la mímica que hacía cada vez que escuchaba al pianista entonar alguna canción en lo que parecía ser un viejo bar de época.

Un grupo de irlandeses que no hicieron más que tomar jarras y jarras de cerveza, se quejaban de que sólo se tocaba blues en el bar mohoso, todo de madera y con sillas altas. Cada tanto, cuando el pianista paraba para tomar un trago de lo que sin dudas era whiskey, los irlandeses aprovechaban la ocasión y entonaban viejas canciones de la isla ya olvidada por los años de borracheras y los viajes a ningún lugar.

Unos ingleses hacían alarde de sus habilidades para tomar sin fondo alcohol y bajaban una botella de ginebra pura, con un poquitito de limón. Todas eran lenguas de otros países, en ése bar oscuro, casi sin luz, librado al azar de un camino a cualquier parte de aquel país nuevo, del continente africano.  Y allá estaba ella, contra el rincón, de lo que parecía ser un viejo bar de época. Fumando su cigarrillo. La señorita mirando de reojo todo lo que el humo la dejaba ver.

En el cuello, se veía un collar plateado que brillaba cada vez que ella movía su cuello para negarle la atención a los cientos de caballeros que con cualquier tipo de excusa se le acercaban a conversar. ¡Basta! Ella fumaba, contra el rincón del bar. Me acuerdo. Estaba ahí…

No sabía el nombre, tampoco me importaba. Yo quería tomar un poco más de cerveza. Estaba harto de estar en ése condenado país, tan remoto, tan hostil. Luchando entre el mundo viejo y el mundo nuevo. Me quería ir. ¿Qué carajo hago yo, un argentino, en éste país de morondanga? Me acuerdo pensar mientras terminaba el trago de la cerveza ya caliente.

Pensé en los bares o en esas fiestas que describe Fitzgerald y me convencí de que todo era una misma cosa: Estados Unidos, África, Inglaterra. Todos unos ineptos con algo de ego y mucho alcohol para desgraciarse todavía un poco más. Me tembló el pulso de la bronca. Apoyé el vaso y vi que la señorita del vestido amarillo había salido por la puerta del bar… “¿A dónde carajo sale sola y a esta hora?” pensé.  Tropezándome contra la gente estúpida que estaba en el bar haciendo tiempo y tomando cerveza, corrí hacia la puerta. La vi, con los brazos cruzados y de espaldas a la puerta.

Le grité: “Ey…” Se dio vuelta y noté que estaba llorando.  Tenía ojos verdes (o eso quise creer yo).  No sabía en qué idioma hablarle así que me limité sólo a mirarla fijo y sin correrle la mirada. Debe de haberse sentido muy inhibida porque no hizo más que venir hacia donde estaba yo parado para abrazarme. Como la puerta estaba abierta, se escuchaba todavía los ecos del piano y las voces borrachas del bar.
Me dijo un tímido “Thank you…” y se puso a bailar al ritmo de la música. Desconcertado la abracé. No entendía lo que estaba pasando, pero el olor a su perfume me tranquilizó. Bailamos entre el ruido de los grillos, la música del piano y el grito de los borrachos confundidos entre las risas.  Le dije que me decían Fausto y no me respondió. Le comenté que me gustaba el blues y se rió.  

A los pocos minutos pasó un auto que frenó a unos pocos metros de la puerta del bar. Era amarillo, como el vestido de ella, con ruedas grandes y lujosas.  El techo negro y los vidrios oscurecidos. Ella me besó en la mejilla, repitió las únicas dos palabras que me dijo aquella noche y se fue.


Yo me quedé con ganas de emborracharme aún más. Volví al bar. Pedí whiskey en vez de cerveza.  Escuché un poco la música mientras me apoyaba contra la cola del piano hasta que entendí que un grupo de personas se reían de mí  por cómo cantaba las canciones junto al pianista, mientras movía los brazos y el whiskey se caía mojando todo el piso. Comprendí que estaba borracho y caminé hasta casa por las calles de un pueblo asqueroso  y lleno de tierra. 

lunes, 10 de febrero de 2014

Sobre el Tango y otros menesteres...

Alguien le dice al Tango

Porque escribir se debe a la Libertad y a la Libertad, nosotros, no le debemos nada. Les cuento lo que está pasando: desde hace tiempo pienso que escribir me cuesta más de lo que en un principio sospeché.

Cuestiono cada una de mis palabras. Claro, si hacemos un análisis en extremo rigor, puede decirse que siempre fui fiel a mis palabras y me que por eso me cuesta escribir. Pero eso son sólo ñoñerías que tengo que superar. La razón, creo, está en otra parte.

La libertad, la búsqueda insaciable de sentido, el impulso de supervivencia... ¿Qué los hay en todos lados? Si, en todos lados. El mundo dejó de ser un pañuelo, para convertirse nuevamente en un mundo. Y es menester que lo admita: extraño esa facilidad que tenía para moverme de lado a lado. Pero, Dios... que inconsistencia. Que delicado los momentos. Ayer recordaba algo que le dije a alguien a la hora de renunciar allí en Dubái: “Si me conformo con todo lo que conseguí acá, entonces, no voy a tener más nada para buscar en la vida...” Lo dije, como quien dice... “ la basura se saca todos los días a las 21.00 hs”, sin  el menor resto de importancia. Ayer, por casualidad o simplemente por el aburrimiento, lo recordé. Todo ello, en el marco de una vuelta fatigosa, de una jornada bastante calurosa y unas ganas demoledoras de tocar guitarra... bah, blues.

Sentado, como estaba, en el asiento del colectivo, la frase tomó sentido: nómade por convicción  y carente de cualquier cosa que requiera de mi dedicación absoluta, me dedico a aprender lo máximo que puedo sobre el Tango y el Blues. No crean que fueron arbitrarias ambas decisiones, no claro que no. El día que crea estar preparado para hacer una y la otra, saldré al mundo una vez más y esta vez, en completa libertad.

A falta de una cosa, se suma otra: la Libertad. Esa expresión pura y sin mueca, del momento mismo y de la sensación inefable. ¿Lo demás? Lo demás puede que tengan más practicidad, pero yo no nací para ser práctico. Anduve de acá para allá, sólo para descubrir que el mundo me genera la misma desazón que le genera a todos y que los lugares espectaculares, son espectaculares sólo cuando hay gente espectacular con quien compartirlo.

Entendí que las letras, los idiomas, valen nada. Mucho más cuando uno sólo habla con egos e intenciones rebuscadas, esta afirmación es extensible a cualquier acento extranjero. ¿El dinero? Esa cosa sencilla, rectangular y con números, no es un objetivo, ni un fin para mí ni los míos. Y por último, comprendí que el conocimiento sólo es fuente de amarguras y las amarguras, fuente de Blues.


Será que tendré que hacer la gran “Robert Johnson” y emigrar “from the land of Californa to my sweet home Chicago”. Es lindo saber que el Tango es poesía cruel que arde como hiel. Me encanta saber que viene de la partícula misma del macho y se encierra en la Ciudad más linda de todos mis continentes: Mi Buenos Aires querido... Tango y Blues, son una misma cosa, con una misma esencia. Da lástima que la gente no lo vea.

Los zapatos todavía no se gastaron y siempre me pregunté de qué color serían esos que iban a gastarse. Me quedan las botas y me sobra un par de cuerdas. Ahora que estoy más tranquilo, la guitarra está más tranquila.

Los días son míos, las melodías de todos.

¡Gracias por presentarte, barrio tango! Gracias por presentarte, chica de zapatos tangueros  y con tacos altos: haces del tango una emoción y de la emoción, todos los tangos. Gracias por dejarte ver, Manzi. Gracias por las milongas, por los ruidos de violín, los de guitarra, los del piso de madera.


Sé que estoy lejos de hacer algo que valga la pena, y la pena que siento, es porque nada vale: sin embargo, prometo intentar y poner todo lo que esté a mi alcance para que juntos hagamos una canción: Barrio Tango.


Salud.