martes, 21 de agosto de 2012

Sinfonía de la desesperación

Kyrie Eleison.


Suenan esos acordes estruendosos del Requiem de Mozart, hoy un día después de haber puesto fin (de manera casi irreversible) a lo que considero mi primer "libro". Es muy osado hablar de ello. Sería una pena decir semejante pompa, más cuando las notas tridentes de un Requiem me hacen pensar en todo aquello contra lo que luché a la hora de escribirlo.

Creo que lo escribí sobre el mismo material con el que lo empecé hace unos cuantos años ya. Necesitaba cerrarlo, y no me han de creer, escribirlo y corregirlo fue un proceso largo, duro y nervioso. Mientras releía algunos de los textos escritos, podía sentir esa misma angustia, ese mismo odio, esa misma desesperación que tanto sentí en aquel tiempo. Y hoy, sin embargo, me siento tan poco angustiado, más libre. Dispuesto hacer de mi todo algo más coherente. Sé que quizás esta no sea la forma más armónica de la coherencia. No obstante, me veo en la obligación de afirmar que este post es hoy, motivo de alegría. 

Escribir te lleva a estados y, para recurrir a ellos, el escritor, tiene que ceder a mucho de su personalidad. Tiene que ponerse en papel, como el actor, como el músico que, a la hora de interpretar su obra, hace muecas, gestos, grita, desespera, todo y más, para darle al espectador la fascinación de las palabras... o del momento.

Yo me puse en papel, me puse en rol y haberlo dejado a Fausto que haga de las suyas conmigo por tanto tiempo, fue un proceso doloroso. No voy a hablar como quien tiene un nieto y ve el tiempo como a un hermano lejano que hace años vive separado de la familia. No, sería hipócrita de mi parte. Pero sí he de admitir que hoy me levanté con un peso menos en la consciencia. Creo que se debe a la  imposibilidad, o tara, mental que uno se pone a la hora de emprender semejante empresa. Todos esos "por qué", todos esos miedos. 

Yo ya no estoy para algunas cosas. Mis motivos pueden ser un poco más claro o, por el contrario, más difusos... pero aún así, adentro mío, lo que quiero se me presenta más diáfano y mi futuro es hoy, más mío que nunca. Un primer paso, para cualquier acción en la vida, es enfrentar con lucha armada, esas cadenas opresivas del "no puedo". Otro, ser paciente. Siento que dejé ir un pedazo de mí que, hacía tiempo, estaba ahí... atado un poco a mí, tirándome despacito hacia el borde de lo inagotable. 

¿Sinfonía de la desesperación? ¿Tendré que admitir lo que adentro me avergüenza? ¿He de decir que me llevé a los límites más absurdos de la desesperación para poder terminar lo que necesitaba terminar? ¿Tendré que confesar que hice cosas atroces y hasta nefastas? Quizás sea necesario... Por lo menos que quede aquí el registro, si no para los otros, por lo menos para los míos que vivir es una acción consecutiva en donde todo lo que una vez decimos o deseamos de nosotros, nos persigue como el Cuervo de Poe, hasta nuestros últimos días. O bien terminas lo que empezas o, pronto, decidite a morir en el intento porque si no, el sentimiento de lo mediocre te acompañará como una niebla oscura por el abismo de los días que separan el hoy, del último respiro. 

Me acuerdo cuando era más chico y leía a Fausto... Fausto, Werther, Fausto, Werther, Fausto, Werther... Goethe, ¡él fue quien me inspiró desde lo más profundo! Él y ese desgaste constante de lo absurdo, de vivir el sentimiento de la forma más plena, quizás, hasta agotar toda posibilidad de la lógica... No por el hecho de querer demostrar ser el mismo, un poeta... no. Sus intenciones eran las de probar el Temple del hombre.... ¿Hasta qué punto estamos dispuesto a seguir por nuestras ideas, nuestras metas, nuestros deseos? 

Y me acuerdo también, de Don Miguel de Unamuno y su Nivola: "Agusto se levantó una mañana dispuesto a pasar un día a gusto." Él, en su forma, con su Agusto, con su Nivola, probó los límites del hombre. Quizás en una forma más latina que anglosajona, pero forma al fin. Fueron ellos quienes me inspiraron, desde lo más profundo, a Amar profundamente, hasta el borde de la locura, actuar, de la forma más apasionada y jugar al artista hasta sus últimas consecuencias. Me acuerdo un día, sentado en una plaza, ahí por donde yo vivía cuando vivía, pensando: "el día que yo cumpla edad suficiente, voy a tener historias para contar".

Me llevó mucho tiempo escribir alguna cosa que me resultara digna de querer publicar. No sé bien cuál es el destino de lo que escribo pero se me da por pensar que el futuro, aunque no brillante al menos puede ser futuro ¿Y no es ello suficiente para seguir intentando o mejor aún, seguir escribiendo? Sí. Lo es. 

Tengo nuevas metas ahora, sobre todo con mi pasión primera: escribir. Tengo nuevas metas con todo lo que tengo para esta vida. ¿Y la desesperación? ¿De dónde nos viene? ¿Dónde queda?

La desesperación fue la suerte de ser adolescente. La suerte haber amado profundamente. La suerte de haber dado lo mejor de mí y lo peor de mí: todo por el simple hecho de querer experimentar... ¿Qué me queda ahora? Ahora me queda lo otro, lo mejor: volver a planear, volver a escribir, volver a descubrir. 

Amadeus, 

PD: Adiós mi querido Fausto. 

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