Al dios Baco (pulse aquí)
Con la simpleza de la infinitud de Dios, nos dedicamos a confundirnos en los márgenes del deber y el existir. ¿Qué empiezan las campanas? ¿Qué se encienden los coros? Somos el hombre pneuma del que habla Plotino, tras la caída, siempre en búsqueda de la felicidad. Del dichoso futuro que nos tenga, por costumbre, la reserva ideal del porvenir provechoso. Nos espantan las ideas que innovan y no entendemos que éstas, son más que la copia del pasado vulgar que traer por buenas nuevas, las viejas ideas del mundo.
Tal como prometí, después de esa apertura tan altiva y llena de eufemismos,
me siento a escribir en honor a aquel dios de la antigüedad que tantas fortunas
nos ha traído. Una lástima que en el pilar de lo que hoy se considera bueno,
éste dios, haya quedado tan al margen. Sobre todo, después de haber sido
elevado por el mismísimo Jesucristo. Es decir, que no sólo en la Era antigua,
el dios milagroso triunfaba por sobre los demás, siendo a su vez, conductor de
Almas, sino que en la Modernidad, en nuestra Era, fue elevado a la categoría de
Sustancia Divina y es hoy, provecho de nosotros los Cristianos, la sangre del
Redentor que en esgrima del triunfo Divino, nos une y eleva.
¿En dónde quedaron los viejos versos de los Sabios Griegos que entre tanta
sabiduría nos llenaban de Ideas Bellas y hacían de este presente, un todo
perfectamente redondo en donde la dicha ser Bienaventurado nos era para todos
igual siempre y cuando apostáramos al Bien Supremo y al círculo milagroso de la
Eternidad?
Dicen que Plotino se hizo filósofo después de vagar por muchos años y,
quizás, de haber leído a San Agustín... ¿quién sabe? Homero, que hoy anda
escondido en el País de los Inmortales, sabrá quizá, la respuesta más verdadera
de la Caída de los Atlantes. Mientras tanto nosotros, los Mortales, vagamos en
la inmensa estepa amarilla del desierto de la ficción y no encontramos un
segundo de calma para relajar nuestros músculos y nuestras extremidades, tan
llenas de presión, en el vulgar presente de lo cotidiano.
¿En dónde queda, pues, ese dios benéfico, milagroso, conductor de Almas,
que antes nos guiaba y nos consumaba dándonos en Gracia, la suerte de ser parte
del Fermento Divino y sangre de la Sangre Divina? Al dios Baco le hablo, el
hacedor del Vino, del Fermento Sagrado, de la Uva Universal en la Simpleza
misma que rige la Tranquilidad del Universo Redondo y Perfecto.
¡Ay, mi querido Baco, si sabrán ellos, los impíos, la buena fortuna de
quien te bebe! ¡Sabrán ellos, los bárbaros con los que hoy convivo en el
desierto cruel, que es tu sangre, elemento fortuito y sagrado que nos lleva a
la misma iluminación de la Simpleza más simple de todas las Simplezas! ¡Dios!
La fortuna del Amor imperecedero, de la Eternidad eterna en el ciclo
cósmico de las Fuerzas Intrínsecas del Universo. El Amor Universal, generadora
de la Sustancia Prima, del instante primero de nuestra Creación. Círculo
perfecto, la más simple Forma, en donde el tiempo se vuelve ciclo y, como dijo
Pascal: "El Universo es una Esfera infinita cuyo centro está en todas
partes y la Circunferencia en Ninguna". Las comillas y las mayúsculas, son
mías.
Con ello pues, Baco, dios elevado a Sustancia, Sustancia elevada a
Categoría, Categoría elevada a Realidad, Realidad elevada a Eternidad: ilumina
las vulgares miradas de nosotros, los fracasados mortales que no supimos ver,
en el Crimen de Prometeo, la desventura del origen de nuestros males. ¿Será que
Zeus todavía no nos ha perdonado y nos sigue enviando, desde la Caja de
Pandora, todos los pesares del mundo?
Hoy tuve un instante de tranquilidad. Fue tan simple que me hizo
comprender, aunque con cierta altanería de mi parte, la infinitud de la
simpleza. Lo sentí después de haber leído a Borges, autor que no paro de leer y
releer. Es él, mentor de mis palabras, quizá. Es él, autor de mis palabras...
¿muy exagerado de mi parte? Yo creo que él se reiría, sin dudas, pero no lo
negaría.
El tiempo, su más pesado problema. Hoy me sentí infinito. Hoy me sentí
alagado. Hoy me sentí tranquilo.
Baco... Ayer te prometí dedicarte unas palabras y helas aquí, dios alado y
redentor de nosotros, las almas desventuradas.
Al infinito de la Simpleza: ¡A eso voy, gracias mí querido Mentor!
Amadeus,
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