Escribo, ¿te
escribo? Desde la rabia. De aquel que ya sabe cuál es y será el desenlace
funesto de no terminar las cosas bien. ¿Por qué las cosas se terminan? ¿Qué
sentimos? ¿Cómo es que pensamos? Te escribo, ¿escribo? Porque “hacerme el malo”
pasó de moda y, al final del día, sólo quedan una guitarra apoyada en la cama y
el recuerdo del por qué ahora te odio tanto. ¿Te odio?
Escribo, ¿te
escribo? Porque lo único que siento es que nunca fui bueno para vos. Nunca. Y
así lo siento, la funesta competencia de tener que ser alguien ¿Y dónde queda
el feliz desagrado de no ser nadie? En las reminiscencias de lo que fuimos.
Escribo, ¿te escribo? Porque no sé qué hacer y las horas se hacen larguísimas.
Todo los medios
de comunicación quedaron obsoletos y resuena de lejos aquel: “Amadeus, Amadeus,
¿Y ahora cómo te contacto?” Escribo, ¿te escribo? Porque una vez más, la
solución es resolución y ninguno de los finales me gusta. ¿Es que estamos
nerviosos por lo que estamos pasando? Es que, en realidad, teníamos que
terminar...
Escribo, ¿te
escribo? Y me acuerdo de todas las veces que en mi vida se terminaron las cosas
y no lo puedo tolerar. El alma me quema, los dedos están cansados y es tanta la
infelicidad que ni con cerveza la puedo tapar. Escribo, ¿te escribo? Porque es
tanta mi frustración que saltar ahora mismo por la ventana me daría exactamente
igual.
Escribo, ¿te
escribo? Porque ni si quiera hoy, un día después de nuestra última foto juntos,
puedo encontrarnos en algún lugar, en algún sitio. Y yo que no me quiero borrar
nunca lo linda que estabas la última vez que te vi. Y, sin embargo, sé bien que pronto
voy a tener que hacerlo porque no hay forma de que nos volvamos a reconocer.
¿Por qué? Por el
orgullo, por la ignorancia. ¿Por qué? Por ser como somos. ¿Por qué? Porque
todavía se oye el eco de que nunca deberíamos haber estado juntos porque el
final era enteramente predecible.
Escribo, ¿te
escribo?... Mejor escribime.
Amadeus,
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